Artículo publicado en la separata del Aula Libre en Página Siete, el sábado 16 de julio de 2011.
Mucho se infiere y poco se trabaja desde la academia la relación entre la música y la política, lo que ciertamente una autocrítica. Quienes más saben de ambos temas sugieren que esta relación se ve manifiesta, en primera instancia, en los himnos nacionales, siendo éstos expresiones de reafirmación nacional e identidad política común.
Más allá de la estandarización del rito nacional al son patrio –léase pararse, sacarse el sombrero, llevar la mano al pecho, cuadrarse y hacer el saludo militar, o el más reciente ‘puño en alto’, según corresponda– podemos convenir que, por ejemplo, “Bolivianos el hado propicio, coronó nuestros votos y anhelo” no es precisamente una frase de comprensión llana y absoluta.
Sin embargo la relación de la música y la política tiene un espectro más amplio. A partir de la segunda mitad del siglo XX la música también ha sido parte constitutiva e identitaria de movimientos políticos, sobre todo aquellos de protesta o emancipación, aunque no se debe dejar de lado el importante rol de la música en la filiación e identificación partidaria. En ambos contextos, la ‘música política’ es explícita y destinada a masivas audiencias, por lo que a menudo emerge o se ‘aloja’ en la música popular.
En ese orden, los años 60 y 70 e incluso entrados los 80 se caracterizaron por la amalgama explícita de la narrativa de protesta y reivindicación política ante todo con los ritmos folclóricos andinos –aunque no de manera exclusiva–, expresiones populares frente al militarismo dictatorial.
Luego llegaron las democracias, las economías menos caóticas, las reformas estatales, los modelos institucionales e incluso 'las revoluciones democráticas' pero la música política persistió en su trinchera subalterna porque ciertos derroteros del pasado no dejan de ser ajenos a los actuales.
Mientras la pobreza sigue afectando a más de la mitad de la población y la violencia aterroriza día a día, la campante corrupción, el tráfico de drogas que encarcela y penaliza normalmente a los más pobres, la perversa desigualdad y la discriminación siguen reproduciendo una sensación popular de descontento y necesidad de ‘lucha’ que se expresa también a través de la música.
Pero las formas de expresión de la protesta, las estéticas y la rítmica del desacuerdo, parecen estar reinventándose en acordes, retóricas e imágenes distintas. El hip hop, por ejemplo, emerge apelando a una condición cada vez más periurbana del tejido social boliviano, a la volatilidad de su rima pero también a la potencia de la denuncia. Un lúcido representante del género fue el alteño Abraham Bojorquez, conocido como Ukamau y ke, quien falleció trágicamente en 2009.
Lejos de ser simplemente una imitación de otros mundos, estos nuevos ritmos están construyendo nuevos significados en una relación como siempre ambigua pero intensa entre música y política. El decidido impulso político más bien parece estar migrando hacia otros escenarios de expresión de lo popular, como el hip hop y su encuentro cercano a la cumbia, un comunicante y reproductor cultural de la marginalidad y la irrupción de identidades políticas indiscutiblemente subalternas.
Pablo, interesantísimo texto. Sería increíble hacer un número en Distintas Latitudes sobre música y política con ejemplos de cada uno de nuestros países. Disfruté mucho leerte. Gracias por compartir.
ResponderBorrarAtte.
Jordy Meléndez
Gracias Jordy por el comentario. Coincido contigo, sería muy interesante ver qué está pasando en Latinoamerica en esta relación música-política.
ResponderBorrarAbrazos!