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25 de octubre de 2012

Internet y la vocación revolucionaria


The Wall by Zebble. Licencia CC.
Escribo estas líneas a pocas calles del centro histórico de Riga, una ciudad que se fundó en 1201, en plena Edad Media. En sus orígenes, la ciudad acogió a clérigos alemanes que pretendían evangelizar el noreste de Europa y también a comerciantes de la liga Hanseática.  

Dada su importancia estratégica, tanto comercial como militar, Riga sufrió varias invasiones a lo largo de los siguientes siglos. Los imperios polaco, sueco, ruso y prusiano, respectivamente, tomaron control sobre la ciudad alternadamente, violencia mediante, hasta entrado el siglo XIX.

Como consecuencia, la ciudad sufrió muchas modificaciones urbanísticas, principalmente erigiendo murallas de defensa, puertas de acceso, puntos de vigilancia y observación.

Estas líneas, sin embargo, no pretenden abundar en la historia urbanística de Riga o las formas de hacer política durante la Edad Media. Por el contrario, mantengo la preocupación y la mirada en la manera como muchos de los gobiernos de hoy, casi todos, están caminando en dirección contraria a la superación de esa preconcepción medieval de control, observación y vigilancia.

Me refiero a los gobiernos progresistas, liberales, conservadores, autoritarios, revolucionarios. Todos ellos siguen pretendiendo transferir su capacidad de control sobre el Estado hacia las nuevas formas de información y comunicación. Hacia internet.

Las pugnas por el control sobre la información y la comunicación han sido siempre parte de la política y la guerra. La diferencia actual es el escenario de esas disputas. Ya no está limitado espacial ni temporalmente a un contexto, no se restringe a un bando, una bandera o a un color, ni siquiera a un idioma. La forma como vivimos hoy la experiencia de interrelacionarnos a través de internet, mediante aquello que se denominan los medios sociales (y no sólo las redes sociales), es multitemporal, exponencialmente dinámica, compleja y contradictoria, simultáneamente conectada y no conectada a la realidad. 
El escenario es complejo y por eso cuesta tanto comprender y legislar al respecto. Eso sí, las y los ciudadanos -y también los mercados, dicho sea de paso- parecen estar asimilando más pronto dicha complejidad. 

Graffiti: Banksy
"Controlar" la Red es un abordaje impreciso e innecesario. Establecer filtros rígidos a lo que se puede o no decir, o pretender vigilar con precisión todas los miles de millones de palabras, imágenes, vídeos, audios, mensajes, conversaciones, etc. que circulan al día por cientas de miles de redes y plataformas, está destinado a fallar. 

La dinámica en la Red hoy en día es tal que estos mecanismos técnicos y jurídicos quedarían constantemente obsoletos y serían permanentemente rebasados. 

Los gobiernos, ante todo los progresistas y los revolucionarios, pueden y deben encarar el problema con otra mentalidad y metodología. Prueba de ello es que los gobiernos que hoy están dando pasos importantes no son las grandes potencias militares o económicas del mundo como Estados Unidos, China, Alemania o Rusia, sino pequeños estados como Islandia o Estonia.

Los esfuerzos y recursos de los gobiernos sustancialmente progresistas y revolucionarios deberían concentrarse, primero, en lograr un acceso y aprovechamiento igualitario de la información y la comunicación. Conectividad y acceso para todas y todos. 

Lo verdaderamente revolucionario sería usar los recursos públicos para garantizar la seguridad de las y los ciudadanos frente al crimen y el delito, respetando ante todo la privacidad digital y la libertad en la Red. Comprender y vivir en internet bajo el principio de que es un bien público.

Revolucionario sería también sería diseñar e implementar exitosamente un gobierno abierto, que busque transparentarse mediante plataformas online y offline para la participación ciudadana, la rendición de cuentas y el diálogo democrático sobre el bien público y los intereses colectivos.

Revolucionario sería desafiar los estándares cerrados de producción y reproducción del conocimiento, que atesora tan rígidamente el capitalismo global, para establecer mecanismos e incentivos para el  desarrollo colaborativo de ideas, empresas, productos y procesos de enseñanza y aprendizaje.

Lo utópico de todo lo anterior reafirma su vocación revolucionaria con la historia de la humanidad.

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