Pollera celeste, vistosa manta rosada, trenza impecable, veintitantos. Móvil Samsung en las manos y manos libres de la misma marca en los oídos. 8:10 am de un día laboral en la zona sur de La Paz, junto a ella unas 9 personas vamos rumbo al centro en minibus de alguna marca china.
Ella va sentada en esos asientos plegables que tan ingeniosamente los minibuseros en La Paz inventaron hace ya décadas (y nada parece que los vaya a amenazar) para cargar más gente. Yo voy en el asiento justo delante suyo.
Como si el manos libres incluyera una cápsula de aislamiento, la mujer no para de hablar en tono muy alto y no parece importarle. La conversación telefónica capta mi atención por el asunto y la forma: en un aymara mezclado (no sé si decir aymañol, aunque era muy evidente la búsqueda de términos y frases entre aymara y español) la mujer habla con intensidad sobre WhatsApp.
La enérgica pasajera comenta sobre el envío de fotos y mensajes, así como las dificultades por adjuntar archivos y otras opciones para ella avanzadas de WhatsApp (todo lo hilvano o intuyo, de nuevo, por las mezclas de palabras e idiomas).
foto: Microsiervos |
Volviendo a la conversación de la pasajera, no llegué a escuchar su desenlace, tuve que bajarme antes que ella, aunque la anecdótica intromisión involuntaria me lleva a comentar algunos aspectos que debieran ser centrales en la discusión sobre tecnologías en Bolivia.
Con el personaje que abre este post no busco estereotipar o reproducir estigmas, al contrario, celebro que una mujer indígena hoy pueda hablar como le dé la gana en un transporte urbano, en su idioma, con un aparato tecnológico y sobre tecnología, algo negado o restringido hasta hace pocos años. El punto es que la tecnología no es neutra. Si bien las personas somos las que la adoptamos, le damos uso y atribuimos valor, ésta viene cargada de pre-definiciones, valores, riesgos.
foto: unboliviable.tumblr.com |
Es cierto, resulta atractivo e incluso "rentable" el uso de estas tecnologías aunque implique ceder a favor de una de las mayores corporaciones del planeta (WhatsApp pertenece a Facebook, por si no lo sabía) un flujo diario y enorme de información que luego usará para lucrar.
Si esa apropiación de información no le parece un problema, hay muchos aspectos de seguridad que sí debemos tomar en cuenta: qué datos, fotos, audios o archivos compartimos que podrían comprometer nuestra seguridad o la de nuestra familia.
Internet ha transformado la manera en que fluye la información, en cómo nos comunicamos y las dimensiones de interrelación con el conocimiento y las oportunidades. Las aplicaciones y la vida cada vez más amarrada al móvil han reemplazado acciones, comportamientos y hábitos de lo más cotidianos, y nada indica que esto vaya a revertirse. Eso sí, tenemos que comprender las dimensiones, riesgos, inseguridades e incluso abusos que suceden a través de estas tecnologías. ¿No se tendría que, por ejemplo, partir buscando una versión de WhatsApp en quechua o aymara?
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