Hubo un tiempo en que escribía (¿publicaba?) aquí con regularidad. El contenido cambió muchas veces, arrancó con ideas sueltas, registros de viajes o experiencias, a un espacio virtual de observación, digamos, más serio (¿o pretencioso?).
Me permitía observar, apuntar registros, cruzar ideas. También hacer un registro más o menos indicativo de lo que publicaba en medios, en revistas especializadas u otros espacios.
Pero ya no. Todo cambia.
Vinieron los días veloces. La agenda. La vida. Los cambios. Ese cúmulo de demandas invisibles que hacen que uno deje de hacer todo lo que quiere para seguir haciendo más de lo que debe. Y entonces este blog, como tantos otros, quedó en pausa. Silenciado. No cerrado, no clausurado, sino simplemente… abandonado. Como se abandona una libreta a medio llenar. O un proyecto que nos gustaba, pero que ya no entraba en la maleta del día a día.
Ahora vuelvo. No sé muy bien por qué. O quizá sí lo sé, pero mejor llamémoslo por ahora necesidad. Ganas. Curiosidad. O apenas el impulso terco de seguir escribiendo aunque no haya una razón clara, aunque ya no haya lectores garantizados, aunque el mundo se haya acostumbrado a formatos más breves, más fáciles, más masticables.
He vuelto sin ceremonia, sin promesas, con una taza de café a medio tomar y una ventana abierta detrás de mí. Porque a pesar de todo —de los algoritmos, de la prisa, del scroll infinito— escribir sigue siendo una forma de estar, de pensar con pausa, de dejar constancia. Una forma de no olvidarme de lo que pienso cuando no estoy obligado a decir nada.
No sé qué vendrá. Ideas sueltas, apuntes de oficio, lecturas, obsesiones, pequeñas crónicas personales.
Solo sé que he vuelto. Y que, de algún modo, este lugar me ha estado esperando.