El ingreso de la VIII marcha indígena a La Paz ha sido un hecho histórico desde varias puntos de vista, ante todo cargado de emoción y efervescencia social. Otra vez, como ha sido de forma recurrente, la política boliviana se encuentra, articula y proyecta en las calles.
Hay varias perspectivas por donde abordar el tema, desde lo coyuntural a lo folclórico, o desde lo simbólico a la banalización en los medios de comunicación. Estimado lector, usted habrá leído/escuchado en los últimos días muchos análisis y opiniones, para todo gusto y color. Sin embargo propongo observar al ingreso “triunfal” de la marcha indígena como catalizador de análisis sobre la transformación y recomposición del tejido sociopolítico boliviano.
Bolivia fue a lo largo de su historia colonial y republicana un país cuyas relaciones de intercambio fueron sobre todo agrarias. Su economía fue históricamente dependiente de la minería – de hecho, continúa siéndolo en gran medida– y más recientemente de la producción gasífera. La composición social del país supone que hay una mayoría indígena, aunque esta presunción hasta hace poco inequívoca está siendo materia de amplio debate multidisciplinario estadístico, sociológico y antropológico, y también una élite blanco-mestiza que ha concentrado el poder y la acumulación.