24 de octubre de 2011

TIPNIS: el reencuentro de las sociedades en transformación




El ingreso de la VIII marcha indígena a La Paz ha sido un hecho histórico desde varias puntos de vista, ante todo cargado de emoción y efervescencia social. Otra vez, como ha sido de forma recurrente, la política boliviana se encuentra, articula y proyecta en las calles.


Hay varias perspectivas por donde abordar el tema, desde lo coyuntural a lo folclórico, o desde lo simbólico a la banalización en los medios de comunicación. Estimado lector, usted habrá leído/escuchado en los últimos días muchos análisis y opiniones, para todo gusto y color. Sin embargo propongo observar al ingreso “triunfal” de la marcha indígena como catalizador de análisis sobre la transformación y recomposición del tejido sociopolítico boliviano.

Bolivia fue a lo largo de su historia colonial y republicana un país cuyas relaciones de intercambio fueron sobre todo agrarias. Su economía fue históricamente dependiente de la minería – de hecho, continúa siéndolo en gran medida– y más recientemente de la producción gasífera. La composición social del país supone que hay una mayoría indígena, aunque esta presunción hasta hace poco inequívoca está siendo materia de amplio debate multidisciplinario estadístico, sociológico y antropológico, y también una élite blanco-mestiza que ha concentrado el poder y la acumulación.

Lo que parece, en todo caso, evidenciarse es que la territorialidad del tejido sociopolítico y las relaciones de intercambio se han ido transformado en la última década. Hoy Bolivia es un país eminentemente urbano, además con un muy acelerado proceso de urbanización. Este proceso influye directamente en las condiciones de participación en el mercado, los patrones de acumulación y las relaciones culturales en su más amplio espectro, aunque pareciera que no en lo político-representativo. Hasta hace muy poco.

Todo lo anterior también trae consigo enormes dificultades de planificación urbana, oportunidades de empleo, provisión y calidad de servicios básicos así como espacios físicos y simbólicos de construcción colectiva e igualitaria de ciudadanía en un equilibrio campo-ciudad. A lo que se debe sumar un factor decisivo: la reproducción constante de las también enormes asimetrías y desigualdades.

En este panorama, la marcha indígena irrumpe en la sede de gobierno a la cabeza de mojeños, yuracarés, yukis, mosetenes y chiquitanos, acompañados de quechuas y aymaras, entre otros, quienes flamearon la tricolor, junto a las banderas blancas con la flor de patujú y las wiphalas. Las calles de La Paz fueron el pasado miércoles un nuevo espacio de emotivo encuentro entre indígenas de allá lejos y las multitudes urbanas.

El encuentro tiene enormes matices y catalizadores muy particulares alrededor de dos elementos discursivamente centrales aunque no siempre agregados: los derechos de los pueblos indígenas y la problemática medioambiental. Convengamos en que los folclorismos o sobre-simplificaciones mediáticas no son elementos de análisis sustentables. Lo que si se observó en las calles fue una mirada refrescada de lo indígena en la urbe paceña a partir del reencuentro. Se apeló al valor colectivo quizá más potente en nuestra sociedad que es la solidaridad. Se consensuó a partir del TIPNIS, insisto, por diversos motivos no siempre alineados, una instantánea sensación de ciudadanía plena.

Este reencuentro se produce en un contexto de reajuste de proyectos políticos y de pesos específicos en cuanto a la territorialidad del poder, todo en el marco de la eminente urbanización del país. No es casual que todos los bandos busquen “capitalizar” la coyuntura en desmedro del hasta ahora hegemónico masismo. No obstante, la comprensión y proyección de lo “indígena” como potencia y agencia política se incorpora también de manera certera en este proceso de transformación sociopolítica nacional.


Artículo publicado el sábado 22 de octubre en la separata del Aula Libre en Página Siete


Comparto en este enlace un set de fotos de aquel día.

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