
El filme, como usted sabrá, propone explorar las realidades sociológicas y culturales de la ciudad de La Paz a partir de cuatro personajes, ninguno conectado al otro, de distintos entornos y con distintas preocupaciones, pero que sin embargo confluyen en este espacio urbano denominado en aymara Chuquiago Marka.
A pesar de los 34 años de distancia entre esta película en tanto ejercicio de observación social y la actualidad, hay dinámicas y contradicciones allí planteadas que perduran en nuestra urbe, y que quizá tan sólo se han complejizado y agudizado en detrimento de la aún pendiente construcción colectiva y corresponsable de ciudadanía inclusiva, tolerante y también correspondiente con el entorno que habita.
La Paz parece conservar ya en su esencia contradicciones como la globalidad y la migración –interna y externa-, la identidad local y la necesidad de sintetizar una sensibilidad nacional que quizás sigua siendo amorfa. En esta urbe, única por la inusual toma y asalto de los cerros, reproducen estas y otras contradicciones que al menos a mí me conducen a sentir repetidas veces una sensación de colapso general, de inapelable triunfo del caos y de inexorable postergación de un encuentro común.
La Paz ahora acoge diariamente a miles que no viven en ella, lo cual es un fenómeno urbano recurrente en otras latitudes, pero con la particularidad de tener una hermana menor mucho más grande y con más población. La Paz parece estar cercada – ¿será una condición histórica?– en su posibilidad de expansión territorial y tomada por una economía que reproduce pobreza y desigualdad.
Las inquietudes de los habitantes de la ciudad, según la encuesta de percepción ciudadana del Observatorio ciudadano LaPaz Cómo Vamos, son la seguridad, la calidad del transporte y los servicios de educación, salud, etc. Pero sugiero añadir una más, la reimaginación colectiva del espacio y el entorno que habitamos.
Me refiero a comenzar a discutir de manera seria, participativa, digital, lúdica, poética, técnica pero ante todo colectiva, y con fuerza vinculante desde la ciudadanía, el lugar que queremos habitar, el espacio vital para la convivencia, para el buen vivir, para algo que todas y todos quienes aquí vivimos o de paso estamos queremos: vivir felices.
Artículo publicado el sábado 05 de noviembre en la separata del Aula Libre en Página Siete
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