Artículo publicado en la separata del Aula Libre en Página Siete, el sábado 28 de mayo de 2011.
Los centros educativos, sean estos primarios, secundarios, técnicos o superiores, públicos o privados, asumen el rol trascendental de la formación humana para el desarrollo de capacidades, competencias, potencialidades y el manejo de herramientas para generar mejores condiciones de vida de los individuos y las comunidades.
No es nuevo e incluso puede ser reiterativo subrayar que la educación es el mejor camino para mejores sociedades e individuos. Pero cabe preguntar(se) ¿de qué educación estamos hablando? La respuesta inicial desde el contexto político boliviano seguramente se sitúa en el debate de visiones ‘interculturales’ y ‘por competencias’, entre educación para la ‘igualdad’ y educación para la ‘competitividad’. Argumentos seguramente dotados de validez pero también de inconsistencias, como todo paradigma.
Sin embargo, el debate ‘macro’ está desplazando o postergando la reflexión y discusión necesarias sobre las condiciones de posibilidad de producción de conocimiento. Algunos lectores sugerirán que éstas dependen y resultan consecuentemente del paradigma adoptado desde ‘arriba’, vale decir, por el enfoque de las políticas públicas. No obstante la educación es también asumida como un proceso de construcción social dinámico donde múltiples sujetos intervienen pero, centralmente, las y los estudiantes.
Esta semana propuse discutir en el taller de la clase de Filosofía sobre los límites reales, materiales, institucionales subjetivos o incluso imaginados de la producción del conocimiento en nuestro país. Partimos de un abordaje histórico, de una contextualización en la región, algunos datos y diagnóstico de nuestro medio.
Casi todas las respuestas iniciales llevaban el ‘prefijo’ la falta de, también hubieron quienes apelaron a la comparación intuitiva sobre lo que los ‘otros’ países hacen/tienen y lo que a ‘nosotros nos falta’. Incluso alguien sugirió la factibilidad de ‘traer expertos’ del exterior para que nos enseñen y podamos ‘seguir sus pasos’.
Lo que mayor preocupación me provoca, por sobre todo, es el ambiente y actitud poco favorable hacia la producción propia de conocimiento, la aceptación inmediata de un insipiente análisis crítico y la sola búsqueda de la herramienta para la respuesta inmediata y parcial. Esta actitud no es atribuible únicamente a estudiantes, sino ante todo a docentes y al resto de individuos del sistema institucional que norma y dirige a la comunidad educativa.
Propongo entonces reflexionar y discutir, más allá del paradigma, la superación de la escolástica iluminista que impera en la mentalidad educativa boliviana a partir de dos conceptos esenciales que propone la ‘sociedad de la información’: compartir y colaborar en comunidad.
Por tanto, debemos proyectar y materializar espacios de revaloración y reproducción colaborativa de saberes, de construcción colectiva de conocimiento, de imaginación de lo posible, de apropiación de la tecnología disponible y empleo articulado de diversas fuentes de conocimiento, de goce en el proceso educativo, de ejercicio intelectual de la libertad para la creación y el bien común.
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