Artículo publicado el sábado 27 de agosto en la separata del Aula Libre en Página Siete
Presenciamos en la semana que concluye la inminente caída del régimen del Coronel Muammar al-Gaddafi quien detenta el poder en Libia desde 1969[1]. Muchos de ustedes, amables lectores, como yo hemos seguido el curso informativo través de los medios masivos locales, el cable y su oferta de canales internacionales y también del flujo informativo en tiempo real vía internet.
En los canales de acceso informativo disponibles, sean estos medios nacionales o internacionales, se reproduce una agenda mediática que presenta un enfrentamiento entre la opresión y la liberación, entre “el bien y el mal”. De hecho, rápidamente la opinión pública nacional ha reducido el aún vigente régimen libio a la categoría de “dictadura” cayendo en un simplismo que sólo nos aleja del amplio y complejo espectro político que se vive en la lucha armada Libia, en el norte de África y en las riveras norte-sur del Mediterráneo.
El régimen político libio se articuló a partir de complejas relaciones tribales que resultan, de acuerdo con John Davis en su libro “Libyan politics: tribe and revolution”, de una larga memoria de guerras inter y anticoloniales, progresivo crecimiento de reservas y producción petrolera, ausencia de Estado-nación y una visión puritana del islamismo. De hecho, la revolución islámica socialista liderada por Gaddafi tiene directa relación con la muerte del líder egipcio Nasser y el vacío del discurso socialista islámico en la región.
La posición del régimen ha cambiado a lo largo de estas cuatro décadas frente a los intereses occidentales, sobre todo determinada por dos factores: la explotación petrolera y su rol en varios atentados terroristas durante los años 70s y 80s contra países “occidentales”. En ambos casos, la habilidad política de Gaddafi ha llevado a posicionarse primero como un estado “cooperador” cuando en 2006 se abrió a inspecciones de Naciones Unidas ante sospechas de poseer armas de destrucción masiva, resultando una suerte distinta al régimen de Saddam Hussein en Iraq.
Asimismo, este proceso de acercamiento político con “Occidente” estuvo acompañado de la alianza estratégica entre capitales británicos y norteamericanos en Libia para la explotación petrolera, lo que también se vio reflejado en acercamientos diplomáticos con esas naciones. De hecho, Libia es nuevamente aceptada en el seno de la Asamblea de las Naciones Unidas y Gaddafi realiza desde 2007 una serie de “fraternas” visitas a países europeos reuniéndose con líderes como Berlusconi y Sarkozy, como muestra la foto que acompaña este texto.
Por tanto, los lazos de cooperación o vínculos político-simbólicos “anti occidente” entre Gaddafi y algunos líderes latinoamericanos como Hugo Chávez o Evo Morales que hoy sirven como pseudo banderas de lucha política en el ámbito doméstico, son no sólo ejemplos de la manipulación mediática y sobre-simplificación de las relaciones políticas y enormes intereses económicos en torno al conflicto, sino también una muestra más que la oposición política en Bolivia no concibe un horizonte claro de acción política y recurre a cápsulas como “vivan los buenos, mueran los malos” muy poco consistentes.
[1] Este artículo se escribe cuando aún los combates en Trípoli continúan y hay incertidumbre sobre el desenlace final entre las fuerzas rebeldes, en franco avance hacia la victoria, y la resistencia del ejército leal al régimen.
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